martes, 18 de abril de 2017

Pertenencias

Desde su casa de madera
ella contempla el cielo
-a esta hora de la tarde-
intentando escudriñar la noche que hará.
Su banco lo es todo: salón de estar, cocina, aseo.
En la cabecera tiene apoyado un carro de la compra con
todas sus pertenencias -protegidas por un plástico-,
y, debajo, a todo lo largo, guarda bidones de agua y un barreño. Todo estratégicamente colocado; ningún objeto sobresale del perímetro de su hogar.
En un lugar como Madrid, 
la temperatura puede bajar
drásticamente hasta 10 grados de golpe.
Pero, a pesar de que ella no tiene forma de saber con antelación el tiempo que hará,
ha logrado adaptarse -sobre la marcha- a las inclemencias que trae cada estación.
El frío es para ella combatible, el calor: soportable, la lluvia: insufrible.
Cuando alguien se acerca para donarle ropa o enseres,
ella siempre rehusa -cortésmente- el ofrecimiento:
"No, gracias, de verdad, tengo ya muchísimas cosas".

jueves, 30 de marzo de 2017

El letrero de salida

Por tanto, aquella niña nunca vio morir
a ninguna de sus mascotas;
Tan solo desaparecían así, de su vista, de un día para otro,
o se esfumaban en el aire por arte de magia.
El fallecimiento de su abuelo* paterno
-cuando contaba 11 años-
fue el adusto encargado de señalarle por vez primera el desangelado letrero
de SALIDA de los confortables dominios de la infancia.
Poco después,
la fuga de su pájaro y la muerte de su querida abuela
le "invitaron" a abandonar definitivamente aquellos confines,
y fue entonces, cuando la niña supo, por una extraña razón que solo conocen los desterrados,
que ya nunca regresaría a aquella patria chica.

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 *El 21 de diciembre, nada más conocer la noticia del fallecimiento, sus padres se marcharon a toda prisa, y la niña acudió sola a la fiesta de Navidad para recitar de memoria dos complicados poemas ante un público extraño -como si nada  pasara-. 

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viernes, 24 de marzo de 2017

Mascotas (tercera parte)

La mascota por antonomasia
que durante más tiempo
tuvo aquella niña,
fue un vivaracho verderón, llamado Currichi,
regalado por su abuela paterna cuando era casi un bebé
y que la acompañó hasta que cumplió catorce años.
La desaparición del pájaro fue inesperada.
Un repentino y accidental golpe
acaecido junto a la jaula,
espantó al pájaro de tal manera,
que, tras un fuerte aleteo, salió disparado a través de unos barrotes de la jaula
que estaban dados de sí.
La niña creyó que el pájaro regresaría
enseguida al escuchar sus llamadas,
desde los frondosos árboles que había justo enfrente de la terraza.
Silbó y lo llamó hasta quedarse sin aliento
una y otra vez, incluso durante los días siguientes.
Pero todo fue en vano: Currichi nunca volvió.
Incluso probó a dejar alpiste y agua como reclamo
en varios puntos exteriores de la terraza,
pero siempre acudían otros pájaros a darse el festín y luego se
marchaban.
La mayor inquietud que sobrecogía esta vez a la niña
era pensar que no sobreviviría allá afuera por sus propios medios
después de tantos años domesticado.
Aunque sus padres la consolaban
diciéndole que al fin

había conocido la libertad
y que, al menos, no había tenido que vivir el doloroso momento de encontrárselo muerto un buen día dentro de la jaula.


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martes, 21 de marzo de 2017

Mascotas (segunda parte)

Tras varios años de sequía mascotil
llegó un pollo teñido de rosa,
al que la niña, de nueve años cumplidos,
llamó Pinky -por razones obvias-
y López, en atención a la línea materna de su propio apellido.
El pequeño pollo
hizo un largo viaje en autobús desde Cantabria
escondido en el abrigo de su joven dueña
para evitar ser interceptado y confiscado por la señorita Rottenmeyer 
que dirigía las colonias de verano*.
Una vez en casa,
el animalito fue ubicado en la terraza,
donde no tardó en picotear cada planta
y escarbar con ahínco la tierra de las macetas.
Desde el minuto uno, la niña creyó conveniente
que Pinky aprendiera a volar por seguridad,
para que, en caso de accidente,
sobreviviera a una terrible caída desde un cuarto piso.
El entrenamiento consistía en dejarlo descender
suavemente desde la palma de su mano al suelo
aumentando cada vez la distancia
de manera progresiva.
Pero la temida caída no se hizo esperar.
Por suerte, el pollo estaba ya lo suficientemente entrenado
en las artes volatorias y salió ileso del percance;
Aunque la niña tuvo que arrebatárselo a los chicos que lo habían encontrado en la calle
y que pretendían quedárselo,
pero, tras el irrefutable picotazo de alegría
que propinó el pollo a la niña en el labio,
los niños se apresuraron a devolverlo de inmediato.
Después de aquello Pinky López estaba empezando a perder
el tinte de sus plumas, esto es, a crecer vertiginosamente,
y, de un día para otro, desapareció.
La versión oficial facilitada en este caso
también tuvo que ver con que Pinky habría sido llevado a una paradisíaca granja,
y de nuevo la niña pensó en el idílico país de los pollos.
Pero lo cierto es que, la escabechina que acontecía en la terraza a diario
con las macetas patas arriba
y el suceso de la caída y el posterior picotazo en el labio (aún perceptible al cabo de los años)
que podía haber sido en el ojo...
fueron determinantes para que sus padres pensaran
en pasar a prescindir del pollo a perpetuidad.
 
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*Colonias de Cóbreces. Prácticamente dos de cada tres niñas habían adquirido aquél verano, a precio de saldo, un pollo teñido de algún color para llevárselo escondido de vuelta a casa a fin de evitar que fuera interceptado y confiscado durante el viaje.

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lunes, 6 de marzo de 2017

Mascotas (primera parte)

Aquella niña nunca vio morir
a ninguna de las mascotas que la acompañaron
durante su infancia.
El primero en aparecer en escena
cuando ella contaba cinco años,
fue un precioso y suave conejo blanco.
Pero, repentinamente, "Copito" desapareció
de un día para otro.
Según la versión oficial, apta para todos los públicos,
un vecino se lo había llevado a una finca
que tenía en el campo.
Y la niña, aunque triste por la terrible pérdida,
se consolaba imaginando que su blanco amiguito
viviría en el país de los conejos y que podría saltar
y correr a sus anchas en compañía de sus congéneres.
Según la versión real, digerible solo para padres,
el conejo estaba creciendo a ojos vista,
y empezaba a ser un gran problema en un piso pequeño.
Y sí, un solícito vecino se lo había llevado,
pero para hacerse con él un exquisito guiso.


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lunes, 6 de febrero de 2017

Declaración unilateral en pleno corazón de La Habana

Un potente altavoz
transporta los ritmos de la vieja trova cubana
a lo grande
por el peculiar escenario alargado
del vagón de Metro.
Pero pronto, con la llegada a una estación de transbordo clave,
la música va siendo contaminada
por el bullicio propio de los viajeros;
En concreto, una conversación destaca entre las demás
por su insólito discurso:
Un señor con un problema de cojera,
se dirije a la joven que, amablemente,
se ha levantado como un resorte para cederle el sitio.
Lo que comienza siendo un gentil agradecimiento,
se convierte en una inquietante declaración unilateral de amor
en toda regla hacia una joven tan abrumada
que no sabe donde meterse
al escuchar "eres un ángel" y "si no te veo, no vivo" y "si me muero, no te veo" y "si no te veo me muero" y "si me muero subo al cielo pero como Dios ha puesto a mi ángel en la tierra, ya no te veo" (y vuelta la burra al trigo del morir-no ver-morir).
Hasta el momento de apearse por fin en su estación, la joven ha estado haciendo caso omiso estoicamente, y sin moverse del sitio, de la ristra de extravagantes piropos.
Mientras, la música de la Habana continúa resonando aún un poco más,
disipando en el ambiente del vagón
la extraña sensación que ha quedado en los viajeros.


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viernes, 20 de enero de 2017

Atrezzo peculiar

Aquél glorioso comedor fue, durante años, 
el buque insignia
de las zonas comunes del hogar.
Era el eje en torno al cual cobraba sentido la vida en familia.
El motivo que lo hacía tan especial
eran sus emblemáticos muebles, a saber:
una acogedora mesa redonda -ampliable- de madera lacada en blanco,
cinco sillas a juego, con cómodos asientos de espuma forrados en tela roja,
y una interesantísia lámpara de techo de cristal anaranjado con cable elástico tipo teléfono
con un asidero en la base.
Ese peculiar atrezzo era utilizado
en una representación continua siete días a la semana:
escenas de comidas, de deberes y clases particulares, de ocio, de fiestas de cumpleaños...
Y los jóvenes actores, antes de entrar en acción, ejecutaban siempre el mismo ritual:
coger el mejor sitio, sentarse sobre una rodilla doblada
y darse el impulso necesario 
para tener acceso a la lámpara de sube y baja...
y luego, ya sin más, que diera comienzo la función.



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