sábado, 2 de agosto de 2025

Aromas ancla. Primera infancia. Pino piñonero parte segunda


En mi primera infancia en el colegio me recuerdo siempre sentada de medio lado* en la silla de clase.

El motivo de tener siempre un pie apoyado en el suelo no era otro que disponer de la ventaja suficiente para salir disparada en cuanto sonara el timbre del recreo hacía uno de los alargados pasillos del gigantesco edificio de la escuela que desembocaba en el patio.

El recinto del patio no era un espacio cualquiera, así que, plantarse allí lo antes posible suponía ocupar a solas el mejor sitio** hasta que llegaba el resto de niños.  

Durante esa media hora que duraba el recreo me sentía presa de una libertad de movimientos sin igual. 

Saltaba y corría por un paraje plagado de pinos, cuyo inconfundible aroma iba pasando, sin más, junto con el de la tierra removida, por mis pulmones. 

Esas notas perfumadas llegaron hasta las puertas del albergue de mi cerebro donde les buscó alojamiento el mismísimo e ilustre grabador de aromas y emociones.  



  

 

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*Mi madre constata que la obsesión que tenía por sentarme siempre de lado, no solo en la escuela, respondía a la necesidad inherente de estar lo más cerca posible del suelo para echar a correr en cualquier  momento. 

** El mejor sitio era sin duda el mapa de la Península Ibérica en relieve. (Detalle de la maqueta del relieve de la Península Ibérica situada justamente detrás del antiguo pabellón de vestuarios del antiguo Colegio Andrés Manjón).

(Foto: F. Lorca, 2010)

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