lunes, 6 de febrero de 2017

Declaración unilateral en pleno corazón de La Habana

Un potente altavoz
transporta los ritmos de la vieja trova cubana
a lo grande
por el peculiar escenario alargado
del vagón de Metro.
Pero pronto, con la llegada a una estación de transbordo clave,
la música va siendo contaminada
por el bullicio propio de los viajeros;
En concreto, una conversación destaca entre las demás
por su insólito discurso:
Un señor con un problema de cojera,
se dirije a la joven que, amablemente,
se ha levantado como un resorte para cederle el sitio.
Lo que comienza siendo un gentil agradecimiento,
se convierte en una inquietante declaración unilateral de amor
en toda regla hacia una joven tan abrumada
que no sabe donde meterse
al escuchar "eres un ángel" y "si no te veo, no vivo" y "si me muero, no te veo" y "si no te veo me muero" y "si me muero subo al cielo pero como Dios ha puesto a mi ángel en la tierra, ya no te veo" (y vuelta la burra al trigo del morir-no ver-morir).
Hasta el momento de apearse por fin en su estación, la joven ha estado haciendo caso omiso estoicamente, y sin moverse del sitio, de la ristra de extravagantes piropos.
Mientras, la música de la Habana continúa resonando aún un poco más,
disipando en el ambiente del vagón
la extraña sensación que ha quedado en los viajeros.


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viernes, 20 de enero de 2017

Atrezzo peculiar

Aquél glorioso comedor fue, durante años, 
el buque insignia
de las zonas comunes del hogar.
Era el eje en torno al cual cobraba sentido la vida en familia.
El motivo que lo hacía tan especial
eran sus emblemáticos muebles, a saber:
una acogedora mesa redonda -ampliable- de madera lacada en blanco,
cinco sillas a juego, con cómodos asientos de espuma forrados en tela roja,
y una interesantísia lámpara de techo de cristal anaranjado con cable elástico tipo teléfono
con un asidero en la base.
Ese peculiar atrezzo era utilizado
en una representación continua siete días a la semana:
escenas de comidas, de deberes y clases particulares, de ocio, de fiestas de cumpleaños...
Y los jóvenes actores, antes de entrar en acción, ejecutaban siempre el mismo ritual:
coger el mejor sitio, sentarse sobre una rodilla doblada
y darse el impulso necesario 
para tener acceso a la lámpara de sube y baja...
y luego, ya sin más, que diera comienzo la función.



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jueves, 1 de diciembre de 2016

Patas arriba

Las mujeres pertenecientes a aquella familia
cada vez que tenían que poner orden en un simple cajón
o balda (de sus respectivas casas),
se veían extrañamente empujadas
a vaciar el contenido del armario entero;
Es más, incluso podían llegar a empantanar la casa de arriba abajo.
Y todo ello movidas
por un extraño sentido del orden
ancestralmente adquirido
-que, curiosamente, todas ejecutaban por igual-,
y en virtud del cual,
colocar una parte
sin poner todo patas arriba antes,
era completamente inusual.

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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Acentos y fisonomías

Ella, de fisonomía oriental incontestable,
encabezaba la desperdigada comitiva familiar
que se disponía a almorzar en un prestigioso restaurante chino.
Poco antes de cruzar la puerta de entrada al establecimiento,
un camarero le sale al encuentro pronunciando unas palabras (de bienvenida) en chino.
Sin embargo, ella corta en seco la perorata,
frunce el ceño en ademán de no entender nada,
gira la cabeza buscando con la mirada a su anciano y venerable progenitor
y, haciendo gala con desparpajo de un inesperado acento extremeño,
espeta en la perpleja cara del empleado:
"eso mejor digáselo a mi padre".


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¿Y tú para que sirves?

¿Y tú para que sirves?
Es la respuesta-pregunta
que me lanza con gesto sesudo
la súbdita china que regenta la tienda de todo a 1 euro
cuando le pido un artículo complejo.



Anecdotario

¿Cuánto tiempo ha de pasar
para que hechos dolorosos -de esos que marcan la vida-
puedan ser vistos -y aun contados-
como sencillas -que no simples-
anécdotas?


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miércoles, 19 de octubre de 2016

La del abrigo blanco

Ella siempre ha dicho que, durante años,
en el barrio al que se mudó cuando vino recién casada del pueblo,
las vecinas la conocían como "la (señora) del abrigo blanco".
Este era el color y la prenda que invariablemente solía vestir
cuando hacía buen tiempo y tenía que ir de un lado para otro.
Ella, provista de primorosas manos para hacerse las mejores ropas
que puedan caber en un fondo de armario, no podía invertir en ello
ni un ápice de tiempo;
Se pasaba el día bordando ajuares a vecinas, conocidas, 

amigas y primas, apuntalando así la modesta economía doméstica
formada por un discreto sueldo de empleado de banca para cinco miembros de familia.
Del mismo modo, cuando llegaba el mal tiempo,
era conocida como "la del abrigo negro",
prenda proveniente de sus suegros como parte del "regalo" de pedida.

Bajo esa alternancia de abrigos, ella vestía ropa económica
-pero francamente duradera-
adquirida en el glorioso y extinto COEBA*.
Eso sí: "en los ratos perdidos" ella confeccionaba los más bellos trajecitos y vestidos imaginables
no solo para sus hijos
sino también para sus muñecos.

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*COEBA: Cooperativa de Empleados de Banca. Cooperativa madrileña que comercializaba en su red de tiendas todo tipo de mercancías de consumo. Creada en 1974, presentó suspensión de pagos en 1984.

 http://elpais.com/diario/1984/05/17/economia/453592803_850215.html



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