-¿Qué hacer cuándo se siente tanto dolor dentro? -me dice mi hermana-. Porque no se puede escapar de él. Es imposible sentir nada más.
-Así es, -replico-, durante el tiempo que el dolor permanece en nuestro interior, está tan bien instalado, que no abandona jamás su estancia para nada, como no sea para desbordarse en forma de lágrimas e inundarlo todo.
-¿Y cuánto dura ese estado...?
-¿Qué cuánto dura?
Pues, transcurren días, semanas, meses, años.
En ocasiones, cuando el dolor sale y se queda ahí frente a frente, unas veces él te mira a ti y otras tu a él.
Y así hasta que un día cualquiera
recibes una instancia solicitando tu presencia:
pero se nos requiere para que acudamos
sin compañía de nuestro dolor,
que se queda en casa esperando nuestra vuelta para inundarnos de nuevo.
Solo que esta vez apartamos la mirada.
Y él, que fuera de nosotros, en el exterior,
por sí solo no es nada, se marcha desesperado a poblar otros interiores
-no sin antes dejar en el alma los correspondientes registros
de entrada y salida
rubricado con gruesos trazos de cicatriz-.
Y a partir de entonces
es cuando comienzas a ver el mundo con tus ojos propios,
no con los de aquél dolor.
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martes, 12 de mayo de 2015
viernes, 17 de mayo de 2013
Familia numerosa
Siempre supe que
pariría...
aunque no imaginé qué
pariría.
No sé si comprendí o no alguna vez
que mi descendencia no llegaría jamás;
al menos no en forma de hijos -propiamente dichos-
pero sí propiamente escritos.
Por eso tengo familia numerosa.
Muchos poemas se me han independizado ya.
Algunos vuelven hechos y derechos de visita -consumen un poco de mi energía y luego se van-.
Otros no regresarán jamás.
Pero a todos los he creado como he podido,
los he criado como he querido.
pariría...
aunque no imaginé qué
pariría.
No sé si comprendí o no alguna vez
que mi descendencia no llegaría jamás;
al menos no en forma de hijos -propiamente dichos-
pero sí propiamente escritos.
Por eso tengo familia numerosa.
Muchos poemas se me han independizado ya.
Algunos vuelven hechos y derechos de visita -consumen un poco de mi energía y luego se van-.
Otros no regresarán jamás.
Pero a todos los he creado como he podido,
los he criado como he querido.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Felicidad versus dicha
No siempre las cosas
-cuya misión es hacer feliz-
nos convierten
en personas más dichosas.
-cuya misión es hacer feliz-
nos convierten
en personas más dichosas.
viernes, 17 de agosto de 2012
Otra di-versión
Se puede
reescribir la ternura,
la timidez,
la osadía...
...y aún todos los "inclusos" juntos.
Pero no hay modo de sobreescribir el pasado
sino es poniéndolo delante,
sobre el papel
reescribir la ternura,
la timidez,
la osadía...
...y aún todos los "inclusos" juntos.
Pero no hay modo de sobreescribir el pasado
sino es poniéndolo delante,
sobre el papel
viernes, 6 de abril de 2012
Ahora que por fin llueve...
Ahora que por fin llueve,
en medio del ambiente húmedo y triste,
hablaré del llanto.
Yo he llorado mucho, lo indecible.
Pero no sabría decir
cuántas de esas lágrimas he derramado por mí
y si realmente lo hice alguna vez.
Lloré la pena y el dolor ajenos:
por la persona que se ha ido,
por lo que ya no podrá hacer,
por los hijos que no han sido...
-Yo estaba viva y no me creía con derecho a llorar por mí-.
Lloré incluso hasta por la pena y el dolor de todos los seres queridos
de aquellos muertos.
Está bien. Pero verter lágrimas tan desprendidamente
por los demás lleva consigo
irse recubriendo de una ligera pero endurecedora
pátina insensibilizante
que no te permite llorar en calidad de superviviente.
Después, con el tiempo,
aprendí a recorrer
-acre por acre-
la linde del sufrimiento propio,
y comencé a regarla -con lágrimas- más a menudo cada vez.
De nuevo era como si yo llorara por otra persona,
-una buena amiga, tal vez,
a la que había pasado tiempo sin ver-.
Aun así lloré, -¡ay, cómo de desconsoladamente lloré!-
por aquella pobrecilla
a la que habían sobrevenido toda suerte de males.
Y al mismo tiempo me emocioné
por haber podido ser
testigo de excepción de la superación y del crecimiento
de esta valerosísima mujer.
en medio del ambiente húmedo y triste,
hablaré del llanto.
Yo he llorado mucho, lo indecible.
Pero no sabría decir
cuántas de esas lágrimas he derramado por mí
y si realmente lo hice alguna vez.
Lloré la pena y el dolor ajenos:
por la persona que se ha ido,
por lo que ya no podrá hacer,
por los hijos que no han sido...
-Yo estaba viva y no me creía con derecho a llorar por mí-.
Lloré incluso hasta por la pena y el dolor de todos los seres queridos
de aquellos muertos.
Está bien. Pero verter lágrimas tan desprendidamente
por los demás lleva consigo
irse recubriendo de una ligera pero endurecedora
pátina insensibilizante
que no te permite llorar en calidad de superviviente.
Después, con el tiempo,
aprendí a recorrer
-acre por acre-
la linde del sufrimiento propio,
y comencé a regarla -con lágrimas- más a menudo cada vez.
De nuevo era como si yo llorara por otra persona,
-una buena amiga, tal vez,
a la que había pasado tiempo sin ver-.
Aun así lloré, -¡ay, cómo de desconsoladamente lloré!-
por aquella pobrecilla
a la que habían sobrevenido toda suerte de males.
Y al mismo tiempo me emocioné
por haber podido ser
testigo de excepción de la superación y del crecimiento
de esta valerosísima mujer.
jueves, 12 de enero de 2012
Tengo mi dolor limpio
Tengo mi dolor
limpio de tanto lavarlo
con los puños de mis propias manos.
Lo hice día tras día.
Una y otra vez iba yo con el oscuro paño de mi pena
a las fuentes del llanto.
Lo aclaraba a conciencia y
lo tendía luego al sol
dejándolo escurrir
-sobre mis mejillas-.
Y fue así como, lentamente, se tornó
menos negro cada vez
aquél tinte
que impregnaba la tela que envolvía mi dolor
limpio de tanto lavarlo
con los puños de mis propias manos.
Lo hice día tras día.
Una y otra vez iba yo con el oscuro paño de mi pena
a las fuentes del llanto.
Lo aclaraba a conciencia y
lo tendía luego al sol
dejándolo escurrir
-sobre mis mejillas-.
Y fue así como, lentamente, se tornó
menos negro cada vez
aquél tinte
que impregnaba la tela que envolvía mi dolor
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