sábado, 7 de marzo de 2015

Los sábados.

Dos puntos fuertes hacen de esta jornada
el gran día de la semana:
aún queda mucho para el lunes
y su "mágica" tarde-noche* forma parte indiscutible del imaginario común.
El sábado comienza
arrastrando una estela de rutina y prisas,
como si nos costase aún soltar el ritmo de la semana:
es el momento de las tareas pendientes: compras y recados, menesteres domésticos,
¿tal vez deporte?...
La tarde muestra un aspecto más relajado
para el ocio;
se presta a celebraciones con amigos y familiares.
También puede ser de "película" y palomitas
en pareja o petit comiteé.
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*Noche. Según sea nuestra edad nos remitiremos más, menos o nada a la mítica película "Fiebre del Sábado noche": http://es.wikipedia.org/wiki/Saturday_Night_Fever

viernes, 6 de marzo de 2015

Los domingos

Madrugar moderadamente 
en domingo
tiene como recompensa un día
especialmente duradero.
Como este festivo camina siempre sin vara
de medir el tiempo,
invita también a que nos deslicemos  
por entre "sus horas"
sin atender a reloj alguno,
-salvo que sea biológico-.
El domingo suele estar en perfecta sintonía con el tiempo:
su mañana deslumbra cuando hace bueno,
y sus tardes
-lluviosas-
son incomparables...


lunes, 2 de marzo de 2015

El sol naciente

En medio del vagón de la línea 6 de Metro
un indigente de mediana edad
-avejentado-
se expone a los viajeros.
Saca de su gabán una flauta escolar
y explica que pertenece a su hija Sara.

Entre dientes se lamenta de la flauta travesera
que tuvo que vender.

Sus negros dedos mugrientos
contrastan  con el marfil del instrumento
y le arrancan con firmeza una pieza:
El sol naciente.
Y lo hace con un sentimiento tal, que conmueve.

Abro mi monedero.
No pretendo saber la verdad,
no sé si luego lo gastará en droga o vino.

Entonces pido solo caridad para lo que veo
y fe para lo que no veo.
La limosna dada
ya no me pertenece,
que sea, pues gastada
en fines no calculados. 

domingo, 1 de marzo de 2015

viernes, 27 de febrero de 2015

Despensar un rato



A veces -para despensar un rato-
me gusta detenerme a repasar mis orígenes.
Los de muy atrás.
Época aquella como esos libros 
en los que cada problema tenía solución -al final-.
Y su materia -respirable-
era a virutas de goma de "nata"
y a lápices amontonados.
Y el inconfundible sabor a tiempo libre
lo llevaba la espesa espuma de Cola Cao
coronando la leche fría en las meriendas...
Y las lecturas de libros de aventuras
-de los 5 y de los Hollister-
y los ataques de risa en familia
y las gloriosas noches de pipas frente a emblemáticos programas
en blanco y negro. 


El libro de soluciones

Es por la tarde. En un vagón de Metro que va al Centro de la ciudad
un padre de cincuenta y pocos años ataviado con traje viaja con su hija de uniforme escolar
de apenas nueve.
-Vamos a sacar las tarjetas con las preguntas (se trata de un juego de memory cards).
--Vale papá
-A ver, fíjate en esta durante un minuto.
--¡Ya!
-No, todavía no ha pasado el minuto.
--¿Ya?
-Ahora sí. Dime cuántos caramelos había en el dibujo
--Siete
-Muy bien, y ¿cuántos eran azules?
--Tres
-¿Y rosas?
--Dos
-¿Y amarillos?
--Uno
-¿Y verdes?
--También uno.
-Bien -dice el padre mientras mira con detenimiento la cajita que contiene las fichas-
Amalia y ¿dónde está el libro de soluciones? Aquí pone que viene uno.
--No sé. Lo habré dejado en casa.
-¿En qué casa porras?
--En la tuya papá.  
 

miércoles, 25 de febrero de 2015

Angustia abrochada

Vengo de sobrevolar cúpulas y edificios
huyendo de persecuciones horribles 
en una pesadilla espantosa que me trajo la madrugada.
 Y al despertar
estoy a salvo
-sí-
pero con una prenda de angustia
-demás-
a mi pecho abrochada.