viernes, 7 de marzo de 2025

Radiografía de una compra de Donut. Retransmitiendo desde la infancia.

 

Cuando me compraban un donut, disfrutaba de la ocasión especial  de 

principio a fin.

No se trataba solo de conseguirlo y ya. 

Nada de eso.

Probablemente, salir triunfante donut en mano, comparado con el resto de 

micro experiencias,  que me llevaría puestas, era lo menos importante. 

Y es que el hecho mismo de traspasar el umbral de la panadería  como 

protagonista sin abandonar mi papel de tenaz observadora 

esta vez desde la perspectiva interior,

ya era fascinante.

Formar parte de una cola, 

seguir las idas y venidas del dependiente...

Y, cuando llegaba mi turno, aunque todo el proceso se desarrollaba en segundos,

mi mente lo registraba todo a cámara lenta:

las bonitas pinzas de acero inoxidable con forma de flor en cada extremo

cobraban protagonismo al sobrevolar la bandeja y escoger un donut 

para depositarlo en el mostrador donde le aguardaba un tosco pliego de papel

marrón.

En el breve lapso que el dulce permanecía a la vista antes de ser envuelto,

mi cabecita ya había mapeado la orografía del que iba ser mi

donut hasta el más mínimo detalle:

un delicioso país redondo 

con una superficie plagada de lascas de azúcar glaseada aquí y allá.

Y el colofón final era el espectacular ritual de empaquetado:

una vez que el donut ocupaba el centro del papel

el dependiente hacía coincidir en dos picos los cuatro extremos de ambos lados en 

vertical, y, seguidamente, con los dedos índice y pulgar de cada mano daba dos o tres 

rápidos giros de 360 grados con el donut dentro hasta que los dos filos del papel 

quedaban retorcidos.

De este modo el delicado dulce permanecía completamente resguardado  

en su interior.  

Y entonces el donut ya estaba listo para llevar (a cambio de 5 pesetas), y con él todas

esas sensaciones mucho más valiosas que 

atesoro intactas.

 

viernes, 28 de febrero de 2025

Donuts versus manzanas, primera Parte. Retransmitiendo desde la infancia

Con el tiempo he sabido comprender 

de dónde viene 

esa capacidad que tengo para detenerme ante las vitrinas de una pastelería 

simplemente para deleitarme

con todo lo que veo, sin necesidad de entrar a comprar nada.

Cuando era muy pequeña

pasaba cada mañana con mi madre y mis dos hermanos

por una panadería que había camino del colegio.

Yo siempre me adelantaba, era lo más

poder disponer de unos instantes extra 

para contemplar aquellos apetecibles 

donuts* recién colocados en el escaparate, antes de que mi madre me alcanzase

y me cogiera de la mano para volver a explicarme que ya teníamos las manzanas para el recreo

y que no era posible gastar cada día 15 pesetas** en tres donuts de azúcar, ni mucho menos 24 pesetas en

tres donuts cubiertos de chocolate.

A pesar de esto, no quedaba hueco alguno en mí para la frustración,  porque,

la sensación de haberlos contemplado hasta el detalle 

y de imaginarme a mí misma paladeando cada bocado, era tan real y agradable, 

que me llenaba tanto como si, verdaderamente, me los hubiera comido.  


  

*Donuts. Hace más de 60 años que este simple y novedoso dulce había pasado a ser muy popular en España. Era uno de los bollos estrella que no podía faltar en las panaderías. Bayonesas, pepitos y palmeras, eran los compañeros de escaparate de los donuts.  

**De pequeña me gustaba quedarme con el precio de las cosas. El de los donuts lo recuerdo como si fuera ayer: 5 pesetas costaba un donut de azúcar y 8 uno con cobertura de chocolate.

martes, 25 de febrero de 2025

Foto fija del momento de entrada al colegio (Serie: retransmitiendo desde la infancia)

 Foto fija del momento de entrada al colegio

 

Al gigantesco edificio se accedía a través de dos imponentes puertas 

en forma de arco. 

Sobre cada una ellas había unos enormes carteles 

con las palabras:  "NIÑAS" (en el de la izquierda) y "NIÑOS" (en el de la derecha). 

Se formaban dos filas diferenciadas para entrar.

Era el momento en el que yo** debía soltar la mano de mi primo Andresito

(llegábamos siempre juntos tras confluir nuestros pasos en un cruce cercano)

para que cada uno atravesara la puerta correspondiente, 

como estaba establecido.

Luego nos volvíamos a reunir en el interior

para dirigirnos apresuradamente a la misma clase. 

Más de una vez fui reprendida por atravesar, tan campante, la misma puerta que mi

primo. 







* Antiguo Colegio Andrés Manjón, hoy día, es una sede de la UNED, (la biblioteca sigue llamándose Andrés Manjón).

https://www.rtve.es/play/videos/uned/uned-luz-dura-sin-compasion-movimiento-fotografia-obrera-1926-39-ii-080711/1148507/ 

**"Yo", con 5 años de edad.