durante la comida en el restaurante,
Peter deja aparcado el tenedor
en el plato por un instante y,
haciendo gala de una serenidad e ironía pasmosas,
lanza una batería de interrogantes envueltos en su marcado acento alemán:
"¿Por qué será que C. no llama?",
"Porque", prosigue,
"lo normal es que cuando alguien se marcha de viaje,
llame, ¿no?"
"Pues eso, para decir que ha llegado bien y saber cómo va todo",
"Pero nada, que no sé que pasa que ya han pasado
casi cinco meses y ella no llama".
Al final, estas dosis de mordacidad en torno a la partida de su difunta esposa,
le pasan factura
y conducen a los enormes y cansados ojos azules de Peter
al llanto.
Entonces, la fluida y animada conversación se paraliza.
Solo un puñado de recuerdos acuden tímidamente
al rescate portando carteles "agradables"
en sus efímeras manos
y dejando tras de sí un pequeño
reguero de sonrisas
forzadas.