que se tardaba en llegar
desde la entrada de la casa
al primer dormitorio,
y otros siete segundos más al cuarto pequeño.
En total, no se consumían más allá de doce segundos
para alcanzar el fondo del peculiar y centenario apartamento.
En el minúsculo baño
-que recuerda al de un tren por su alargada estrechez-,
todo estaba al alcance;
como si de una autocaravana se tratase,
cualquier objeto ubicado, por ejemplo, en el lavabo,
podía ser alcanzado desde el interior de la ducha
sin tener que salir de ella.
Y en ese momento la sensación imperante,
-lejos de ser angustiosa-,
viajaba a la velocidad de la luz intensa
atravesando el rústico marco
de madera blanca de la ventana
en compañía
del dulce espíritu de las vacaciones pasadas...
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