de buscar casa, tras un tiempo récord en una misma zona
de confort.
Buscar de nuevo hasta debajo de las piedras.
Dos Santos me fueron propicios
en los anteriores traslados:
En San Ginés, estuvo la preciosa casa del cambio.
En Santiago
mi hogar durante cinco años.
Pero ahora, en San Millán, me ofrecían un húmedo y sombrío
sótano;
en Santa Isabel, un piso para vivir de medio lado.
En Espíritu Santo, unos tabiques de espanto.
tampoco cuajó la buhardilla en San Eugenio,
y el bunker de San Andrés -fue inmediatamente descartado-;
Tampoco hubo suerte con el de San Isidoro de Sevilla
y deseché visitar el de San Ramón Nonato,
solo porque el nombre me catapultaba
a aquellas estampitas que
me colaba mi suegra de antaño en el bolso
mientras yo llevaba el dolor escrito a doble cara
por mis seres queridos
que no llegaron a puerto.
Al final, cuando los ánimos de encontrar algo
empezaban a decaer, un general* me salió al paso,
y yo, enseguida, le eché el lazo.
Y me dije ¡sea vive Dios!
que en este -mi- nuevo rincón
divinamente me hallo.
*General muerto en 1817 en el patíbulo por la Constitución.
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