Sobre la campiña de patchwork
-color verde agua-
se miran coquetas las nubes
que se atreven a volar bajo.
Sobre la campiña de patchwork
-color verde agua-
se miran coquetas las nubes
que se atreven a volar bajo.
Matorral solitario
hincado en la llanura
suplicando lluvia al cielo
con sus puños entrelazados.
Un original vestido azul con un llamativo estampado de mariquitas me saluda desde el perchero que ocupa en una tienda de ropa de segunda mano. Me aproximo para verlo de cerca y, al tacto, compruebo que es una verdadera joya en algodón 100%, estilo años 20.
Mas, cuando mis ojos se posan en la etiqueta, me da un vuelco el corazón: la marca es Missing Johnny (echando de menos a Johnny). De pronto me retrotraigo 30 años atrás y mi memoria proyecta el rostro de Johnny, aquél chico medio americano del piso de abajo, a quien yo siempre le había gustado en secreto. Viajaba con su familia por todo el mundo siguiendo los destinos que le daban a su padre. Cuando pasaba temporadas en España, casi siempre coincidiendo con su cumpleaños, sus padres le organizaban en casa una fiesta memorable. La tarta estaba decorada con infinidad de perlas plateadas comestibles y otros originalísimos toppings, imposibles de ver en nuestro país por aquél entonces.
Con 21 años murió en el acto tras recibir un tiro a bocajarro en un país asiático en la emboscada que sufrió el grupo de jóvenes con el que salía. Se colocó, sin pensárselo dos veces, delante de una amiga para salvarle la vida.
Su recuerdo se mantendrá indeleble en mi memoria.
Me fascina pasarme de la Raya.
Que tan solo a unos pasos allende nuestra tierra,
se respire otra calma, se vea otro sol,
se disipen otras nubes.
Que nos desarme de rutinas
la plácida quietud
del recién estrenado y simple paisaje
verde
de pastos y ovejas.
Y, traspasar esa Línea,
conlleva una valiosa y temporal recompensa,
nada más cruzarla, regalan
sesenta minutos de oro
que habrá que entregar
contantes y sonantes
de vuelta
en la frontera.
Al cruzar una emblemática plaza madrileña me detuve junto a un puñado de curiosos que se agolpaban esperando ver a Tom Cruise en lo que parecía ser la presentación en España de su última película.
No entiendo mucho estas parafernalias de alfombra roja, pero todo apuntaba a que el consagrado astro de Hollywood iba a hacer acto de presencia en cualquier momento: una apabullante puesta en escena con pantallas gigantes y altavoces ensordecedores que repetían hasta el infinto cuatro fotogramas de la película y el mismo corte de la banda sonora, los paseíllos de fotógrafos acreditados y las estudiadas poses de unos maestros de ceremonias con gafas oscuras portando carpetas y dando instrucciones metidísmimos en su papel de..., youtubers y bloggers -más famosos entre la juventud que el propio Cruise- autorretransmitiendo para sus canales, unos actores disfrazados de pilotos que subían y bajaban del escenario sin parar ...
La expectación era máxima, en medio de un calor sofocante:
"Al mediodía" un nutrido grupo de personas de mediana edad (de la edad media, como suelo decir, próxima a la mía), todos, teléfono móvil en ristre.
"A la 1 en punto" tres jóvenes asáticos vistiendo a la moda -de los pies a la mascarilla- de forma estridentemente cuidada.
"A las 3 " varios turistas franceses -pieles rojas- de tez blanquísima.
"A las 8" tres pakistaníes hieráticos con gesto ligeramente expectante.
"A las 9" una chica de rostro aniñado, nacida en 1999, que me confesó no haber oído hablar de Top Gun en su vida y a quien apenas le sonaba de algo Tom Cruise.
¡Madre mía! -pensé- ¡es del 99!, me he topado con alguien que tiene los mismos años que hace que me casé.
En cuanto empezaron a retransmitir la gala dejé de abrazar la idea de que Tom Cruise iba a aparecer y me marché.
Una viandante de edad próxima a la mía y aspecto desenfadado a la que acabo de conocer hacía semáforo y medio, me desea: "Mucha suerte con tu suerte", tras ver dos minúsculos puntitos blancos de excremento de paloma sobreimpresos en una de mis botas negras de lona.
Ella se ha librado por medio milímetro de ser bautizada a lo grande y, hablando de si, en realidad, el haberse zafado de aquella caca era o no señal de buena fortuna, me explica su mala buena suerte de aquella tarde: "he rechazado un trabajo porque ni las condiciones ni el horario eran muy aceptables; No sé, a lo mejor he hecho mal, pero es que si acepto algo así, ¿cómo voy a lograr atraer hacia a mí cosas realmente buenas?".
Feliz noche de los libros