desanudando los cordones de mis botas de invierno que,
durante mi paseo,
habían permanecido atadas por los extremos a modo de alforja
sobre mi hombro.
Estoy ante una empinadísima
escalera de piedras,
de esas que mandan al bañista
de una buena vez
a paseo.
Quiero decir, de vuelta
al paseo
marítimo.
Y hay qué ver
qué libertades se toma
el pie, después de haber estado
a sus anchas,
desnudo
y libre
por entre la arena:
-era como si, de pronto, hubiera ensanchado-
-qué lejos quedaba la tiranía de tener que verse aprisionado-
Y cómo les costaba despedirse a ambos:
no había forma de que la arena dijera
definitivamente adiós a la planta y a los dedos
donde permanecía enroscada.
Es por esto que fue tarea poco menos que imposible
hacer que el pie entrara de nuevo en razón...
....en la razón de la bota.