martes, 21 de marzo de 2017

Mascotas (segunda parte)

Tras varios años de sequía mascotil
llegó un pollo teñido de rosa,
al que la niña, de nueve años cumplidos,
llamó Pinky -por razones obvias-
y López, en atención a la línea materna de su propio apellido.
El pequeño pollo
hizo un largo viaje en autobús desde Cantabria
escondido en el abrigo de su joven dueña
para evitar ser interceptado y confiscado por la señorita Rottenmeyer 
que dirigía las colonias de verano*.
Una vez en casa,
el animalito fue ubicado en la terraza,
donde no tardó en picotear cada planta
y escarbar con ahínco la tierra de las macetas.
Desde el minuto uno, la niña creyó conveniente
que Pinky aprendiera a volar por seguridad,
para que, en caso de accidente,
sobreviviera a una terrible caída desde un cuarto piso.
El entrenamiento consistía en dejarlo descender
suavemente desde la palma de su mano al suelo
aumentando cada vez la distancia
de manera progresiva.
Pero la temida caída no se hizo esperar.
Por suerte, el pollo estaba ya lo suficientemente entrenado
en las artes volatorias y salió ileso del percance;
Aunque la niña tuvo que arrebatárselo a los chicos que lo habían encontrado en la calle
y que pretendían quedárselo,
pero, tras el irrefutable picotazo de alegría
que propinó el pollo a la niña en el labio,
los niños se apresuraron a devolverlo de inmediato.
Después de aquello Pinky López estaba empezando a perder
el tinte de sus plumas, esto es, a crecer vertiginosamente,
y, de un día para otro, desapareció.
La versión oficial facilitada en este caso
también tuvo que ver con que Pinky habría sido llevado a una paradisíaca granja,
y de nuevo la niña pensó en el idílico país de los pollos.
Pero lo cierto es que, la escabechina que acontecía en la terraza a diario
con las macetas patas arriba
y el suceso de la caída y el posterior picotazo en el labio (aún perceptible al cabo de los años)
que podía haber sido en el ojo...
fueron determinantes para que sus padres pensaran
en pasar a prescindir del pollo a perpetuidad.
 
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*Colonias de Cóbreces. Prácticamente dos de cada tres niñas habían adquirido aquél verano, a precio de saldo, un pollo teñido de algún color para llevárselo escondido de vuelta a casa a fin de evitar que fuera interceptado y confiscado durante el viaje.

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