viernes, 26 de marzo de 2021

"Entre todos la mataron..."

    Hace unas semanas leí en una escueta nota de prensa que una emblemática tienda de fiambre y cafetería, echaba el cierre en Madrid tras cincuenta años de historia. 

   Pensando en que podía tratarse de un bulo llamé por teléfono al establecimiento y cuando conseguí hablar con alguien, me estremecí ante los reproches que lanzaba sobre mí una enojada dependienta. Me echaba en cara que si cada persona que llamaba ahora para lamentar que cerraran hubiera ido a comprar en su momento, no habrían llegado a esa situación. Antes de que me colgara precipitadamente, apenas pude argumentar que  era una de mis tiendas favoritas cuando vivía en aquél barrio. 

   Me impresiona hondamente que negocios de proximidad con tanta solera se vean abocados al cierre. Resisten, en una suerte de trinchera burbuja, hasta que se precipita su caída, como le ocurrió en 2018 a La Madrileña, emblemática tienda de salchichas y embutidos alemanes fundada en 1909, convertida de la noche a la mañana en una cafetería. 

  Durante los años que viví en el centro de Madrid, pude disfrutar de referentes comerciales únicos, como la tienda del corcho, hoy devenida, al igual que otras muchas, en tienda de souvenirs (curiosamente también estas hoy, quién lo iba a decir, al borde de la clausura). 

   Condicionantes pandémicos indiscutibles como la ausencia de transeúntes, el cierre de bares de la zona, el teletrabajo de oficinistas y funcionarios junto con el auge exponencial de los pedidos a domicilio, han contribuído a que establecimientos como FERPAL tengan que cerrar. 

    Pero que hay de aquellos factores prepandémicos, endémicos diría yo, fraguados años antes, que marcaron la senda de la transformación imparable del centro de Madrid en una gran atracción de feria, plagada de escaparates con souvenirs y locales de hostelería*. En ese devenir no se contó con unos  hostigados vecinos que asistían a la sustitución, una por una, de sus tiendas de siempre por otras supérfluas, viéndose impelidos en definitiva a comprar, hasta lo más básico, en un único sitio, el supermercado de unos grandes almacenes de la zona. El cambio de gustos y de tendencia a comprar todo en un mismo lugar, estaba servido: La puntilla que acabaría de rematar a establecimientos como FERPAL.

     Retomando lo que quise haber terminado de contarle a la ofuscada dependienta antes de que me colgara el teléfono, es que, de haber podido seguir viviendo en el centro, habría seguido comprando en Ferpal, y en tantos otros pequeños negocios que se fueron al traste. De no haber sido porque una desmesurada subida en el precio del alquiler, me invitó a marcharme de la noche a la mañana. Y mucho me temo que mi caso no fue el único: el tejido residencial del centro, en su mayoría ficticio y estacional, dejaba al descubierto que un debilitado y mermado vecindario autóctono no podía reflotar en solitario este tipo de establecimientos.  

    Pegada sobre el escaparate de FERPAL, ya sin vida, hay una nota manuscrita de un vecino mayor del barrio y asiduo cliente, lamentándose del cierre y dejando patente que echará de menos acudir cada día a su tienda de toda la vida, de la que difícilmente se podrá olvidar.


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*No es mi intención entrar a juzgar aquí el delicado asunto de lo que deben  vender o en loque deben reconvertirse los pequeños negocios para intentar salir adelante. Recomiendo el artículo https://www.eldiario.es/madrid/somos/noticias/cierre-ferpal-desaparicion-tiendas-barrio-corazon-madrid_1_7224011.html




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lunes, 8 de marzo de 2021

Un soplo de aire fresco (con audio de regalo). Serie mujeres.

Con decisión y entusiasmo Faustina sale cada tarde con ayuda de su garrota para recorrer la distancia que separa su casa, de la coqueta y animada tienda de moda que visita a diario.

Enfundada en su primorosa y larguísima bata de estar por casa, color rosa palo, hace su entrada sin complejos en el comercio entonando alguna antigua coplilla. Enseguida, como cada vez que hace acto de presencia, su alegría insufla un soplo de aire fresco en las dependientas cansadas de tanto doblar y colocar ropa, que reviven agradecidas colmándola de piropos por ello.

Aunque en realidad no tenga en mente adquirir prenda alguna, Faustina pregunta si hay algo que pudiera sentarle bien, mientras deambula por el establecimiento cantando: "No te cases con pastores, ni tampoco con cabreros, que el dinero se lo gastan en collares y cencerros". Y se detiene a charlar animadamente aquí y allá con clientas y empleadas, brotando sonrisas de cada mascarilla, tal es el afecto repentino y sincero que despierta la nonagenaria. Porque las canciones, son solo el aderezo de las coloridas pinceladas que ofrece sobre su dilatada vida. Hablan sobre todo del amor, como el que le profesó a su difunto marido, un apuesto herrador de mulas, "con más porte que un gobernador", a quien dijo sí, tras rechazar a todos los trabajadores del campo que la cortejaban, porque a ella ese quehacer no le gustaba nada, le parecía muy esclavo.   

Rebasados los noventa años de edad, Faustina vive sola aún en un edificio de dos plantas -también centenario- con un señor muy mayor como único vecino en el piso de arriba. Por eso ella sale cada tarde a ver gente a la que hablar y cantar. Y, al cabo de un rato, regresa a casa con las piernas más ligeras y cargada de afecto a contarle a su soledad lo que ha vivido, bajo la atenta mirada de los mudos recuerdos que pueblan su cuarto de estar.