la espesa e incómoda hojarasca
caída lentamente de unos árboles,
que, -no hace tanto-, plantábamos juntos
con orgullo.
Recuerdo el empeño en que fuesen árboles de hoja caduca,
aunque pronto dejó de ser divertido ver las hojas secas
caer y amontonarse,
jugando solo a dar vueltas a un anodino corro de la patata...

aun con el más leve paso.
Pero esa materia -ahora muerta-
llevaba tiempo así en el árbol.
Solo que, entre tanto, había dado un pequeño y -precioso- fruto.
Hasta que no vino un viento
brusco, -desairado-,
que precipitó la caída del fruto y las hojas antes de tiempo,
no quisimos ver que ese ciclo, -el nuestro-,
había acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario