Indefectiblemente, en la mañana de aquella noche, la más larga del año en cuanto a número de horas, ella rebuscaba con avidez entre los cuatro habitantes fijos de aquella aldea suya color plata, llamada mesilla de noche.
Y rebuscaba hasta dar con el maltrecho teléfono móvil desfasado, marca Nokia, desprovisto de tarjeta SIM, que en sus muchos años de retiro, no sin achaques, seguía mostrando la hora, haciendo de despertador y de linterna, y fin.
Y es que no tenía precio cuando el descascarillado teléfono hacía puntualmente el esperado y fantástico regalo de ofrecer en su pantalla nada menos que sesenta minutos más sobre la hora imperante.
Y es que, era toda una experiencia tener la oportunidad de poder volver atrás en el tiempo -un domingo-, durante una hora entera para deshacer algún que otro desaguisado mañanero o alargar aciertos sobre el terreno.
Y esa sensación de haber hecho uso de aquel insólito as guardado en la manga era saboreado largamente durante toda la jornada y más allá.
Y rebuscaba hasta dar con el maltrecho teléfono móvil desfasado, marca Nokia, desprovisto de tarjeta SIM, que en sus muchos años de retiro, no sin achaques, seguía mostrando la hora, haciendo de despertador y de linterna, y fin.
Y es que no tenía precio cuando el descascarillado teléfono hacía puntualmente el esperado y fantástico regalo de ofrecer en su pantalla nada menos que sesenta minutos más sobre la hora imperante.
Y es que, era toda una experiencia tener la oportunidad de poder volver atrás en el tiempo -un domingo-, durante una hora entera para deshacer algún que otro desaguisado mañanero o alargar aciertos sobre el terreno.
Y esa sensación de haber hecho uso de aquel insólito as guardado en la manga era saboreado largamente durante toda la jornada y más allá.