Al final de la tarde
en el improvisado escenario de un parque urbano
-melodramático-
(por estar repleto de árboles del amor y sauces llorones)
destaca
-enfocada por unos últimos rayos-
la figura azabache de un mirlito
prendido en lo alto de una arbórea silueta
con borduras de sinople.
Somos el único y extasiado aforo
de sus largas notas y trinos.
Nos deleita con un repertorio
-a cada momento improvisado-
cantando de oído
ruidos de sirenas, pitidos y bocinazos.
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