miércoles, 27 de abril de 2016

Todo pasa por algo

Una mujer de mediana edad
hace una extraña guardia delante del único asiento libre
en un vagón de Metro repleto de gente
hasta la bandera
en plena hora punta.
La señora sostiene entre sus manos un libro titulado "Todo pasa por algo"
de cuyas páginas no aparta la vista ni un instante,
mientras silabea para sí frases con el mayor interés.
Tan absorta estaba, que no veía, a pesar de tenerla delante,

a la joven que acaba de entrar
cargada de bolsas y llevando con dificultad a su hijo
en el costado.
La azorada joven, se planta esperanzada frente a la ninguneadora
para preguntarle por tres veces si iba a sentarse, pero la susodicha
seguía a lo suyo, haciendo gala 
-cual soldado orgulloso
que mantiene imperturbable
su semblante ante las increpaciones del gentío-.
El resultado fueron cuarenta segundos de estupor generalizado en el vagón,
tras los cuales, los boquiabiertos viajeros de todas las nacionalidades, edades, sexos, y condición religiosa -que puede haber en el país del tamaño de un vagón de Metro-,
se levantaron como
centellas de sus asientos para cederle el sitio
a la joven, más perpleja aún si cabe ante el comportamiento de una congénere
que, por otra parte, 
si el lector -que no presenció la escena- se lo pregunta,
sí estaba en sus cabales.


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