el sonido de una avioneta
-repentinamente familiar-
se desliza hasta mí
atravesando con estrépito murallas de murmullos.
Y, de pronto, llega el verano
desde las apartadas cumbres de aquellos recuerdos lejanos:
son estíos de antaño,
llenos de vacaciones en el mar por un mes entero
en los que
avionetas surcaban el aire
soltando un reguero
de balones y gorras,
mientras nosotros agitábamos desde el agua
los brazos
apresurando nuestras pesadas piernas sumergidas
como podíamos
hacia la caza
de algún obsequio llovido del cielo...
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