Me quedo con el fascinante deleite
sin refinar que ofrecen algunas cafeterías rancias
de Oporto.
Ese que supera con creces al supuesto encanto
que las guías de campo y playa
adjudican a otros cafés de exquisito nombre
-como el Majestic-.
[se diría que su fama haya sido cincelada
simplemente para que uno vaya
y pueda formar parte del recuento de sitios trofeo, a saber
-yo me tomé un café ahí-.]
Es de locos cómo puede contribuir
a la cuota de decepción que la clase turista
puede llevarse consigo
de un país, el hecho de no haber visitado todos los "allís" reglamentarios que rezan en las guías
y que, a fuerza de rezar, van a misa.
Pero, si hay algo peor para un turista
es que le hagan sentir como a un vulgar forastero
al que extraer un buen dinero
por una "bañera" de café
ramplón
por muy "majestatico" que sea.
¡Cara mediocridad!
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