de cemento, en medio de la ciudad,
contemplo un mar ficticio
de olas cuadradas.
Cuadradas por efecto
de las baldosas sobre las que discurre
el agua,
que se precipita a lo largo de un terraplén que da acceso
al aparcamiento subterráneo* aquél.
Escucho el estruendo de su incesante murmullo
y ¡ay!, qué de pensamientos confusos
distingo,
por las marchas forzadas
de un motor,
que solo calla,
cuando el vigilante nocturno
apaga el mecanismo
hasta mañana.
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*aparcamiento subterráneo en la Calle Sacramento (Madrid)
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