martes, 19 de mayo de 2015

Comedor secundario

En aquella tarde del día de Navidad
E. se vio de pronto,
sin comerlo ni beberlo,
sentada a la mesa de aquella emblemática y especialmente tumultuosa
chocolatería de Madrid.
¿Qué cómo había llegado hasta allí?
Pues nada, ella había bajado exclusivamente a tirar la basura al contenedor,
cuando se topó, por sorpresa,
con una tía carnal suya que iba acompañada de su engalanadísima familia política.
Y, como no podía ser de otra forma, E. fue apremiada
a unirse de inmediato al grupo.
Su tía le agarró por el brazo sin intención alguna de 
soltarla, porque se sentía feliz
de que alguien de su propia sangre
contrarrestara por una vez
la aplastante mayoría de los "partidarios" de su esposo
en las reuniones familiares.
Aun así, E., intentó rechazar la invitación valiéndose de excusas 
tales como que la indumentaria que llevaba era poco apropiada,
tener que madrugar al día siguiente
o haber cenado ya convenientemente...
Pero nada de esto le sirvió y fue invitada a tomar el típico chocolate con churros
en San Ginés a las nueve y pico de la noche.
Después de esperar una momumental cola
en la calle
les hicieron pasar a un comedor secundario
que solo abre cuando en los salones habituales no cabe un alfiler...
Y allí se sentó E., en la mesa de las mujeres,
y los hombres en la mesa de los hombres. 
Como la propia E. se venía temiendo, 
más pronto que tarde fue sometida a un tercer grado.
Tras diversas supérfluas conversaciones pululantes 
a su alrededor sobre peinados, accesorios y ropa sofisticada de marca, bebés, cuernos y destinos en el extranjero,
no tardaron en poner rumbo fijo hacia su discreta persona...
Y una vez allí fue asaeteada por tierra, mar y aire con todo tipo de preguntas.
Que si cuántos años tenía, que si ella aún era muy joven, que si tenía que rehacer su vida,
que si no podía seguir así, que si esto que si lo otro, que si, que si...
Y ella, viendo que no merecía la pena contestar
todo aquello para lo que estas experimentadas mujeres y madres tenían ya su propia respuesta-consejo,
optó por tratar de sonreír,
mientras hacía que escuchaba.
Y así permaneció hasta que con
el chocolate y los churros, se fue extinguiendo 
lentamente la velada.


 


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