martes, 26 de mayo de 2015

Incongruencias de ida y vuelta

En el viaje de ida al trabajo, una joven tardo-adolescente
sentada a mi lado en el vagón de Metro, piensa el alto:
-Echo de menos el instituto.
Pasan un par de largos minutos sin obtener la menor respuesta
de su novio, que va con ella, de pie, apoyado en una barra,
completamente enfrascado en el móvil. 
Y entonces ella vuelve a decir:
-¡Dios, cómo lo echo de menos! No es que no esté bien trabajar
y todo eso, pero...  ¿jo, por qué no me contestas?
Por fin, él replica sin apartar la vista de la pantalla desde la desidia
más absoluta: 
-Incongruente, es tan incongruente lo que dices, eso de que echas de menos
el instituto que vamos, ni te contesto.
Y él sigue ahí a lo suyo, tan cerca
pero tan lejos, en su abismo de incomprensión.
Y ella, ante la continua indiferencia,
deja de hablar y opta por sacar también su móvil y hace lo propio
en un deseo de compartir con él al menos su apatía.
En el viaje de regreso del trabajo:
¡Me los encuentro de vuelta en mi mismo vagón de Metro!
Exactamente igual que los había dejado a la ida:
Esta vez ella iba callada, con el bolso sobre su regazo y la mirada perdida
que parecía hablar sin parar hacia sus adentros.
Y él de pie, a su lado, apoyado de nuevo en la barra 
en eterno romance
con su teléfono móvil.  


domingo, 24 de mayo de 2015

Guantes verdes

Desde el aséptico sillón de dentista
pegado
al gigantesco ventanal
-que no deja de tragar más y más luz-,
veo cómo me saludan los árboles
agitando -por cientos-
sus manitas
de guante verde.


viernes, 22 de mayo de 2015

Capa de sueños

Una joven novia 
se casaba tal día como hoy hace 16 años
estrenando una flamante capa de sueños
sobre sus hombros...
Capa que
fue perdiendo lentamente su color
hasta quedar irreconocible, deshilachada.
Deshilachada pero con
cuyos cuatro hilos fundamentales
ella fue
capaz de tejerse un discreto y práctico sayo.


  

martes, 19 de mayo de 2015

Comedor secundario

En aquella tarde del día de Navidad
E. se vio de pronto,
sin comerlo ni beberlo,
sentada a la mesa de aquella emblemática y especialmente tumultuosa
chocolatería de Madrid.
¿Qué cómo había llegado hasta allí?
Pues nada, ella había bajado exclusivamente a tirar la basura al contenedor,
cuando se topó, por sorpresa,
con una tía carnal suya que iba acompañada de su engalanadísima familia política.
Y, como no podía ser de otra forma, E. fue apremiada
a unirse de inmediato al grupo.
Su tía le agarró por el brazo sin intención alguna de 
soltarla, porque se sentía feliz
de que alguien de su propia sangre
contrarrestara por una vez
la aplastante mayoría de los "partidarios" de su esposo
en las reuniones familiares.
Aun así, E., intentó rechazar la invitación valiéndose de excusas 
tales como que la indumentaria que llevaba era poco apropiada,
tener que madrugar al día siguiente
o haber cenado ya convenientemente...
Pero nada de esto le sirvió y fue invitada a tomar el típico chocolate con churros
en San Ginés a las nueve y pico de la noche.
Después de esperar una momumental cola
en la calle
les hicieron pasar a un comedor secundario
que solo abre cuando en los salones habituales no cabe un alfiler...
Y allí se sentó E., en la mesa de las mujeres,
y los hombres en la mesa de los hombres. 
Como la propia E. se venía temiendo, 
más pronto que tarde fue sometida a un tercer grado.
Tras diversas supérfluas conversaciones pululantes 
a su alrededor sobre peinados, accesorios y ropa sofisticada de marca, bebés, cuernos y destinos en el extranjero,
no tardaron en poner rumbo fijo hacia su discreta persona...
Y una vez allí fue asaeteada por tierra, mar y aire con todo tipo de preguntas.
Que si cuántos años tenía, que si ella aún era muy joven, que si tenía que rehacer su vida,
que si no podía seguir así, que si esto que si lo otro, que si, que si...
Y ella, viendo que no merecía la pena contestar
todo aquello para lo que estas experimentadas mujeres y madres tenían ya su propia respuesta-consejo,
optó por tratar de sonreír,
mientras hacía que escuchaba.
Y así permaneció hasta que con
el chocolate y los churros, se fue extinguiendo 
lentamente la velada.


 


miércoles, 13 de mayo de 2015

Madejas blancas

Me entretenía sobremanera
contemplar
-desde la amplia cama-
el cielo azul
de domingo.
Durante un buen rato, iba desentrañando,
con paciencia -y mucha vista-,
las informes madejas blancas allí prendidas.
Madejas,
que, de cuando en cuando atravesaba
una fugaz esquirla
con el lomo dorado
por encargo de un sol aún altivo, y de tiros largos.
Y en ocasiones,
una ráfaga de viento las retira
cual cortina
despejando de lado a lado el marco de la ventana.
Atrás quedan las madejas dispersas
como deshilachados
sueños de juventud...

martes, 12 de mayo de 2015

Sobre el dolor. Conversación

-¿Qué hacer cuándo se siente tanto dolor dentro? -me dice mi hermana-. Porque no se puede escapar de él. Es imposible sentir nada más.
-Así es, -replico-, durante el tiempo que el dolor permanece en nuestro interior, está tan bien instalado, que no abandona jamás su estancia para nada, como no sea para desbordarse en forma de lágrimas e inundarlo todo.
-¿Y cuánto dura ese estado...?
-¿Qué cuánto dura? 
Pues, transcurren días, semanas, meses, años.
En ocasiones, cuando el dolor sale y se queda ahí frente a frente, unas veces él te mira a ti y otras tu a él.
Y así hasta que un día cualquiera
recibes una instancia solicitando tu presencia:
pero se nos requiere para que acudamos
sin compañía de nuestro dolor,
que se queda en casa esperando nuestra vuelta para inundarnos de nuevo.
Solo que esta vez apartamos la mirada. 
Y él, que fuera de nosotros, en el exterior,
por sí solo no es nada, se marcha desesperado a poblar otros interiores
-no sin antes dejar en el alma los correspondientes registros 
de entrada y salida
rubricado con gruesos trazos de cicatriz-.
Y a partir de entonces
es cuando comienzas a ver el mundo con tus ojos propios,
no con los de aquél dolor.

lunes, 4 de mayo de 2015

En el asiento de al lado

"Un punto en el universo".
somos solo eso:
meros puntos en el universo.

Viene bien recordar esto a menudo.
Y además tener presente que la muerte acecha,
-que va siempre en el asiento de al lado-, 
como decía Bukowski.

Tiro de esta suerte de mantras
para relativizar, hacer que se diluyan  
esas pequeñeces
-que se antojan gigantescas
y que tanta ración diaria de paz interior roban-.
Y yo quiero llenar el estómago vacío 
de un maltrecho 
bienestar emocional.

Pero si, después de todo, somos solo eso,
-puntos en el universo-,
¿por qué otorgar categorías
de estrellas a otras personas?,
¿por qué tratar simples trayectos laborales como viajes interestelares?
¿por qué convertir en densas constelaciones los problemas de siempre...?
...
Cuidado. No vaya a ser
que el futuro no se nos antoje
un terrible agujero negro.