Hay clases de odio tan grandes
que tienen vida propia
dentro de vidas ajenas.
Supe de uno cuya magnitud era tal, que llegó a
ejercer el cargo honorífico
de disponer lo que debía
o, aún peor, lo que no debía hacerse jamás
[como perdonar].
Consumía -de continuo- tanta alegría y sosiego este huésped
que no dejaba mucho
para los portadores mismos.
Mas, !ay¡
que de forma inesperada
-un buen día-
vino a morirse el objeto
de tanto inútil resentimiento:
un hombre de carne y hueso.
Entonces, todo el rencor acumulado se tiró
por la ventana
antes de que los remordimientos de siete lenguas
entraran para quedarse.
Y los sentimientos de culpa,
esos también llegarían, más pronto que tarde.
Ahora, el desgarrado llanto por el tiempo perdido
-todo un abismo de años sin contacto-
se presentaba
puntual a la hora
de los no pocos recuerdos agradables
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