viernes, 6 de abril de 2012

Ahora que por fin llueve...

Ahora que por fin llueve,
en medio del ambiente húmedo y triste,
hablaré del llanto.

Yo he llorado mucho, lo indecible.
Pero no sabría decir
cuántas de esas lágrimas he derramado por mí
y si realmente lo hice alguna vez.

Lloré la pena y el dolor ajenos:
por la persona que se ha ido,
por lo que ya no podrá hacer,
por los hijos que no han sido...
   
         -Yo estaba viva y no me creía con derecho a llorar por mí-.

Lloré incluso hasta por la pena y el dolor de todos los seres queridos
de aquellos muertos.

Está bien. Pero verter lágrimas tan desprendidamente 
por los demás lleva consigo
irse recubriendo de una ligera pero endurecedora
pátina insensibilizante
que no te permite llorar en calidad de superviviente.

Después, con el tiempo,
aprendí a recorrer
-acre por acre-
la linde del sufrimiento propio,
y comencé a regarla -con lágrimas- más a menudo cada vez.

De nuevo era como si yo llorara por otra persona,
-una buena amiga, tal vez,
a la que había pasado tiempo sin ver-.
Aun así lloré, -¡ay, cómo de desconsoladamente lloré!-
por aquella pobrecilla
a  la que habían sobrevenido toda suerte de males.

Y al mismo tiempo me emocioné
por haber podido ser
testigo de excepción de la superación y del crecimiento
de esta valerosísima mujer.

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