Interrumpo el paseo
por los montículos de césped
de un precioso parque
de Santiago
-un pedrusco me ofrece asiento-
junto al bronco puente amaderado
que corona pensante el discurrir de un
riachuelo,
cuyas aguas son constantemente examinadas
por el estricto espesor y las duras piedras
a ambos lados del cauce.
Las aguas que aprueban
que son casi todas,
pasan de curso
pregonando sin cesar
haber salvado escollos aquí y allá.
Las que no, pues, quedan suspendidas
en un recodo enmudecido
a la espera de ponerse,
o de que una corriente
las pongan de nuevo en marcha.
Y, mientras todo esto observo,
discurren mis pensamientos
en alegatos paralelos
bueno,
más bien como
animalitos esquivos esquivos y negros
que si tengo suerte vienen a tumbarse
frente a mí a que los acaricie
y entonces yo, corro presta a ponerlos sobre el mullido lecho,
esta vez rosa,
de la hoja
que forma parte de esta libretita por mí fabricada
No hay comentarios:
Publicar un comentario